Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1699
Legislatura: 1901-1902 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 6 de noviembre de 1901
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 53, 1279-1283
Tema: Interpelación del Sr. Bergamín sobre los sucesos ocurridos en Gijón, Oviedo y Sevilla

El Sr. ROMERO ROBLEDO: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Romero Robledo tiene la palabra.

El Sr. ROMERO ROBLEDO: El Sr. Silvela convendrá en que yo tengo en esto una posición independiente. A mi no se me han dirigido esa clase de invitaciones o requerimientos, porque estoy sordo de este oído. (Risas.) El que quiera escucharlo que aplique el oído, la hora ha llegado; pero, la verdad, yo creo que SS.SS., el jefe del partido conservador, y el jefe del partido liberal, hacen poco con reclamar, y me parece que serán muy inocentes en política los que entren de esa manera a sus puestos y se dejen cazar tan fácilmente. (Risas.)

Díceme S.S. que yo no doy soluciones. Esa ya sería cuestión para más largo, y, además, para no tratada en público y en el Parlamento. Crea S.S., si quiere prestarme alguna fe, que yo tengo lo menos seis soluciones (Risas), y todas preferibles a la estancia del Sr. Sagasta en el poder, y al advenimiento de S.S. (Risas.).

El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Presidente del Consejo de Ministros.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, desde que el Sr. Bergamín inició este debate con una interpelación sobre los sucesos de Gijón, Oviedo y Sevilla, sucesos de los cuales ya nadie se acuerda, hasta que el señor Silvela lo ha terminado, han usado de la palabra veintidós oradores, que han pasado revista a otras tantas cuestiones, a cual más grave y a cual más importante: la cuestión religiosa, con todas sus derivaciones, como Ordenes monásticas, jubileos, interpretación que hay que dar al Concordato, modificaciones de éste y todo lo demás que a las Ordenes religiosas se refiere; cuestión social, con todas sus consecuencias, como lucha entre el capital y el trabajo, ley de protección para las mujeres y los niños, huelgas, ley de auxilios a los inválidos del trabajo, ley de retiro para los mismos, etc. etc.; cuestión regionalista, con sus derivados la organización municipal y provincial, la autonomía de los Municipios, las pretensiones de independencia de alguna región, la tendencia malsana de algunas, pocas o muchas, que aunque sean pocas a mi me parecen muchas; al separatismo, y las medidas que hay que tomar para ver si se evita tan grave mal, la historia de los partidos históricos, sus inconvenientes, sus ventajas, su organización, sus desmembraciones, y la concentración, de que se ha hablado aquí como medio de suplir las deficiencias de aquéllos; y como si todo esto no fuera bastante, la cuestión de la Regencia, de la mayoría del Rey, de la dictadura, y luego la cuestión internacional, relacionada con las alianzas que España puede procurar con otras naciones, y sobre todo con el problema delicado de Marruecos.

Pues bien, Sres. Diputados; todas estas cuestiones, cada una de las cuales puede embargar perfectamente en su examen y en su resolución la atención del político más experto y del estadista más consumado, todas estas cuestiones han pasado a nuestra vista en el debate que viene ocupándonos hace tantos días, como pasan las figuras de un estereóscopo a la vista del espectador; y no se tendrá la pretensión de que yo, al seguir la costumbre de hacer el resumen de un debate semejante, me haga cargo de este cúmulo de problemas que han sido tratados aquí por espacio de tantos días. Afortunadamente, mis compañeros de gabinete que han tomado parte en el debate, se han ocupado en algunas de estas cuestiones con mayor o menor amplitud, con aquella amplitud que consiente la generalidad con que se han expuesto problemas tan graves y de tan difícil resolución, y además estas cuestiones volverán a tratarse más concretamente, y en mi opinión con más fruto, cuando se discutan los proyectos de ley especiales que el Gobierno ha presentado y piensa presentar sobre la mayor parte de esas materias.

Por ejemplo, cuestión religiosa. La cuestión religiosa volverá a tratarse en seguida con más amplitud quizá, y sobre todo más concretamente, por el compromiso que tengo adquirido de aceptar un debate sobre esta materia con los Sres. Arzobispos y Obispos que tienen asiento en la otra Cámara (Rumores).

La cuestión social se discutirá más detenidamente y, a mi juicio, también con más fruto; cuando se discuta el proyecto de ley sobre huelgas y otros que sobre esta materia ha de presentar el Gobierno, por lo cual en este punto sólo tengo que decir una cosa: el proyecto de ley de huelgas, tan combatido y que ha sido objeto de tantas censuras, lo ha elaborado el Gobierno inspirándose en el sentido más expansivo de los informes de la Junta de reformas sociales, en la cual están representados todos los partidos políticos. ¿Cómo ha de haber la pretensión de que la solución de un asunto de tal naturaleza y que afecta tan directa é inmediatamente a toda la sociedad en sus diferentes jerarquías, pueda ser obra exclusiva de un partido político?

La cuestión regionalista tendrá su ocasión oportuna cuando se trate de los organismos municipales y provinciales; pero sobre ella tengo que decir que esta cuestión ha tomado caracteres mucho más tranquilizadores que aquellos en que el Gobierno la encontró, y que las relaciones de una parte de Cataluña con el Poder central, no tienen la tirantez que tuvieron en otro tiempo, lo cual concebir la esperanza de que esa cuestión desaparecerá pronto; para bien de Cataluña, para bien de España y para bien de todos.

De los partidos políticos, ¿qué ha de decir ahora? Los partidos políticos se transforman, y no pueden menos de transformarse en el movimiento constan-[1279] te de la política y de la sociedad, y se transforman renovándose. Lo que hay que hacer es tener cuidado exquisito al fomentar estas renovaciones, para no disolverlos, para no concluir con ellos; porque eso me parece un atentado verdaderamente peligroso para el porvenir de nuestro país.

Los vientos de indisciplina social que soplan en todas partes, y no menos que en España en países que al parecer están mejor organizados, han disuelto partidos en algunos países, pero bien pronto se han tocado las consecuencias de esa disolución y se hacen esfuerzos inauditos para ver si se restablecen; porque, dígase lo que se quiera, sin partidos perfectamente organizados, no hay medio de gobernar y de imprimir una marcha regular en los asuntos públicos.

El Sr. Romero Robledo es uno de los más entusiastas partidarios de la desaparición de los partidos, y hoy lo ha venido a demostrar queriendo atacar a la mayoría del partido liberal. Su señoría cree hallar una causa de debilidad del Gobierno en la falta de disciplina en la mayoría; lo que puede haber en todo caso en la mayoría, es lo que existe y siempre ha existido en toda colectividad: impaciencia, contrariedades, deseo natural de distinguirse (Risas), cosas que, repito, han existido siempre, y que en realidad no quebrantan la colectividad.

Y si eso sucede en la mayoría de un partido organizado de antiguo, ¿qué sucedería con la mayoría de esa amalgama que S.S. a nuestra consideración como lo mejor para gobernar el Estado? ¿Qué mayoría vendría? Tal como S.S. propone esa amalgama, no sólo sería imposible la vida de todo Gobierno, sino que tendríamos en las Cortes la mayor de las anarquías. (El Sr. Romero Robledo: No lo crea S.S.) Figúrese S.S. al frente de esa amalgama que acaricia. Pues lo primero que tendría que hacer S.S., si esa amalgama se realizara y llegara a las esferas del Poder, dadas las diferencias en las tendencias, en el carácter, en el temperamento de los individuos que la constituyeran, todos, por otra parte, personas muy respetables, lo primero que tendría que hacer sería dividir España en tantas zonas como fueran los individuos que constituyeran la agrupación; porque si no, al realizarse las elecciones los distritos se convertirían en campos de Agramante; y después, la mayoría que resultara de esas elecciones, ¿qué había de traer al Parlamento? Una nueva torre de Babel; en una palabra, la anarquía.

Podrán los partidos tener defectos; podrán haber sufrido quebrantos; podrán ofrecer inconvenientes; pero esos inconveniente no me parece que se remedien por los procedimientos que propone el Dr. Romero Robledo. Las diferencias de los partidos, la disminución de la fuerza que pueden tener por las disgregaciones ocurridas, lo mismo el conservador que el liberal, todo eso puede remediarse de otro modo, y debe remediarse, si hay patriotismo en todos; porque, como decía el Sr. Álvarez el otro día, los demócratas, aun siendo republicanos, podrían venir a la Monarquía si los partidos monárquicos en España fueran como los partidos monárquicos en otros países, en que tienen grandes ideales, y en que a esos ideales, a los ideales de la Patria, sacrifican los republicanos patriotas sus intereses políticos, en aras del bienestar y de la prosperidad del país (El Sr. Álvarez, D. Melquíades: Desnaturaliza S.S. un poco la idea) Pero, Sr. Álvarez, ¿es que S.S. cree que aquí no tenemos ideales? ¿Es que S.S. cree que los ideales que aquí tenemos no son más grandes que los que puedan tener otras naciones? Otras naciones, por fortuna suya, podrán tener los ideales del engrandecimiento, de la expansión; pero, Sr. Álvarez, nosotros tenemos los ideales de la vida; porque, si no nos reconstituimos, si no ponemos de nuestra parte cuanto sea preciso para hacer valer todos nuestros derechos, si no nos imponemos por nuestra conducta, por nuestra prudencia, por nuestro juicio y por nuestro patriotismo, estaremos a merced de las grandes potencias, podremos ser juguete de cualquiera de ellas; y para no correr ese peligro, es para lo que se necesita que todos vayamos al ideal de la existencia nacional digna, al de la existencia que no puede estar al arbitrio de ninguna otra nación.

De manera que el Sr. Álvarez y sus demás compañeros podrían, sin detrimento alguno para su consecuencia, ayudar al Gobierno en esta tarea patriótica, en la de reconstituir un pueblo que pueda vivir por sí, sin necesitar de ninguna otra nación, por grande que sea. Ese es el mejor, el más noble, el más necesario de los ideales. Y para eso, ¿qué les ha exigido nunca al Sr. Álvarez ni a sus compañeros el partido liberal? No les ha exigido nada, ni siquiera la renuncia de sus ideales: sólo se les exige lo que han hecho los republicanos de todas partes que han ayudado a la Monarquía cuando han aceptado los principios que pudieran realizarse en la República; no se les exige ni siquiera la palabra de fidelidad, porque eso no hay que exigirlo a hombres políticos de historia conocida. ¿Vienen? Pues sean venidos a cumplir con sus deberes, a fortalecer al Gobierno. ¿Para qué? ¿Para el lucro personal? No; para servir a la Patria, para engrandecer la Patria, para posponer todo interés, no sólo personal, sino político, al interés supremo de la Patria. Vea, pues, el Sr. Álvarez cómo podrá fortificarse el partido liberal sin más que tener patriotismo, no sentir recelo por lo que pueda decir la opinión pública; que cuando los hombres obran con honradez y en bien de la Patria, la opinión pública no tiene nunca para ellos más que palabras de elogio y de consideración.

Lo mismo puede suceder con el partido conservador. ¿Qué inconveniente tienen los que están al lado del partido conservador, los que no se diferencian en doctrinas ni en principios, los que están separados de él quizá por cuestiones personales, por cuestiones de amor propio, qué inconveniente han de tener ante los peligros de la Patria en unirse a su antiguo partido y en marchar juntos con él para fortalecer ese elemento de gobierno y esa columna en la cual ha de apoyarse la Monarquía? (El señor Navarro Reverter pide la palabra.)

De esa manera es como los dos partidos pueden adquirir la fuerza necesaria al advenimiento del nuevo Rey. Pero, después de todo, como ha dicho el Sr. Silvela, esto es bueno, esto sería conveniente; pero no es indispensable.

Vamos a la cuestión de la Regencia. Sucede ahora con la mayoría del Rey lo que sucedió en su día con la Regencia. Bueno fuera que el Rey llegara al Trono en más madura edad; pero la Constitución [1280] señala la edad de 16 años para ocupar el Trono, y es una Constitución que no se hizo seguramente por sorpresa, ni mucho menos se consignó por sorpresa este punto en la Constitución. En esa misma edad estaba consignada en otras Constituciones, y en algunas era menor, pues hay, que yo recuerde, dos Constituciones nuestras, que establecen la edad de 14 años.

Pero, Sres. Diputados, repito que no se estableció ese precepto por sorpresa y con poca meditación, y, además, la Constitución en que está establecido viene rigiendo hace más de treinta años, sin que sobre ese punto haya habido contradicción ni protesta; de manera, que es un estado de derecho para nosotros verdaderamente consuetudinario. Pues, siendo así, ¿qué peligro puede haber en que la Constitución se cumpla, en que se cumpla la ley, con tanta mayor razón cuanto no hay nada que allane más todas las dificultades que el cumplimiento estricto de la layes? No puede haber peligro alguno en el advenimiento al Trono de D. Alfonso XIII a la edad que marca la Constitución.

Si ocurren dificultades, que, en mi opinión, no ocurrirán, por las razones que ha expuesto el Sr. Silvela, y que yo no quiero repetir por no molestar demasiado la atención de los Sres. Diputados, porque después de todo esa es incumbencia de los partidos políticos, ellos son los responsables, ellos son lo que han de llevar el peso de la gobernación del Estado; si a pesar de eso ocurren dificultades, las resolveremos como se han resuelto otras análogas y aun mayores. Cuando murió Don Alfonso XII, la mayor parte del país creyó que aquel insigne Monarca se llevaba a la tumba toda esperanza de salvación de este desventurado país; y ante la sucesión del Trono, que era entonces una verdadera incógnita, ante la perspectiva de una Regencia tan larga, no hubo impaciencia que no se avivara, ni ambición que no tomara vuelo, ni partido extremo que no creyera llegada la hora de su triunfo, ni bandera que no ondeara en aquella atmósfera de dudas, de vacilaciones, de temores y de peligros. La Regencia se proclamó en virtud de la Constitución; la Regencia era la ley; y bastó que aquel Gobierno manifestara confianza en el pueblo levantando el estado de sitio y el de guerra que encontró establecido, y que manifestara también fe en la misión que había tomado a su cargo y alientos para realizarla, bastó esto para que las pasiones se apaciguaran, las esperanzas renacieran, las banderas que ondeaban se abatiesen, y la Regencia contra lo que muchos creían imposible, llegará a su término, y pueda ahora entregar la Corona de España con sus augustas potestades para que Don Alfonso XIII se siente en el Trono español con todas las prerrogativas de su alta personalidad y al amparo de la legalidad de la Constitución, de las Cortes y del amor de la Nación.

No hay, pues, temor, yo al menos no la abrigo, si como yo están dispuestos todos a ayudar al nuevo Monarca; porque tenga entendido el Sr. Romero Robledo, y tengan entendido todos los que me escuchan, que cualesquiera que sean las decisiones del nuevo Monarca en el nombramiento de su primer Gobierno, yo, resuelto como estoy a facilitar la resolución de todas las dificultades que puedan presentarse en los primeros pasos del Monarca, será súbdito fiel de aquel Gobierno. Que hagan todos lo que yo, y no habrá dificultad ninguna, y el país marchará tranquilamente hacia su prosperidad y desenvolvimiento. (Aprobación.)

Se ha tratado también en este debate de una cuestión verdaderamente difícil: de la cuestión internacional, bajo el punto de vista de las alianzas que España pudiera procurarse con otras naciones y en relación con el problema de Marruecos.

No he de entrar yo en el examen ni en la discusión de la cuestión de Marruecos, que es difícil siempre, pero más difícil en estos momentos. Yo no he de quebrantar la prudencia que se ha impuesto el Sr. Silvela, y que se ha impuesto el mismo Sr. Romero Robledo; pero sí he de decir algo de las alianzas internacionales.

No conozco un problema más complejo ni más difícil para nosotros que el problema de la alianzas internacionales, como tampoco conozco nada más injusto que atacar a un Gobierno español por no haberlas realizado, cuando por la situación nuestra en el mundo, cuando por la gran extensión de nuestras costas, por la larga frontera pirenaica, por las posesiones que aún nos quedan y, sobre todo, por la organización de las potencias de Europa en sus relaciones diplomáticas, era peligroso, si no imposible realizarlas. Para tener aliados desde hace algún tiempo era necesario que nosotros hubiéramos entrado en la doble alianza de Rusia y Francia, o en la triple de Alemania, Austria é Italia; y con sólo enunciar esto comprenderéis, Sres. Diputados, las dificultades que cualquiera de esas cuestiones tiene para nuestro país.

Quiere la Nación española, y necesita seguramente, modestas alianzas mercantiles por el presente; pero no deja de temer el reanudar las alianzas políticas, y lo teme con razón porque, después de todo, estas alianzas políticas han traído a España mucho más malo que bueno.

Desde Felipe I a Carlos II nos encontramos comprometidos con Austria, lo que nos llevó a la rota de Rocroy y a la célebre paz de Westfalia; desde Felipe V a Fernando VII nos encontramos comprometidos con Francia, lo que nos llevó a la rota de Trafalgar y por aquel famoso pacto de familia al quebrantamiento de nuestros dominios de América. Y viniendo a nuestros propios días, ¿de qué nos sirvieron las alianzas con potencias importantes en nuestra guerra de África? ¿De qué nos sirvieron las alianzas aquellas que nos impidieron el paso desde los desfiladeros del Fondach a Tánger y nos hicieron abandonar a Tetuán? Hubieran traído peligro inmenso para nosotros los proyectos que en aquella época se forjaban en las Cancillerías del Imperio francés.

No; un pueblo que, como el nuestro, ha tenido expansiones que han durado tantos siglos, necesitaba reposar, necesitaba encerrarse en sí mismo, arreglar su Tesoro, y, a la sombra de una Haciende bien organizada, hacer prosperar la paz y la libertad, desarrollar los infinitos medios naturales que posee, para poder a su tiempo y en día no lejano, llevar su vida más allá de las fronteras y al otro lado de los mares. (Muy bien).

Me va a permitir el Congreso que sobre este punto no diga más. Cuestiones son estas tan delicadas, que no se pueden tratar sin una gran preparación necesaria, más que para examinar lo que ha de decirse, para pensar lo que debe callarse. [1281]

Y después de éstos, que son los puntos principales del debate, voy a decir unas palabras al Sr. Silvela, quien, después de asegurar que no quería poner dificultades al Gobierno, y que no venía con ánimo de hacer oposición, parece que al final de su discurso se ha arrepentido de su propósito y ha lanzado dos dardos, verdaderamente envenenados, al Gobierno, y que no venía con ánimo de hacer oposición, parece que al final de su discurso se ha arrepentido de su propósito y ha lanzado dos dardos, verdaderamente envenenados, al Gobierno de S.M. Su señoría es realmente injusto; yo, que cumplo mejor, por lo visto, que S.S. los propósitos que hago; yo, que había venido aquí a hacer un resumen sin atacar a nadie, como lo he hecho? (El Sr. Navarro Reverter: Eso, ya lo veremos.) Pues si he atacado a alguien, ha sido contra mi voluntad? (El Sr. Navarro Reverter: Ya tendrá el gusto de decírselo a S.S.) Cuando S.S. quiera; porque si he atacado a alguien, y, sobre todo, injustamente, estoy dispuesto a rectificar.

Yo no quiero atacar al Sr. Silvela, a pesar de que S.S., me ha dado motivo para ello, pero comprenda S.S. la injusticia de sus palabras. Todas las inquietudes por que pasa el país, todas las dificultades por que atraviesa, todas las que pueden dar lugar a perturbaciones y a motines, no las hemos creado nosotros; nos las ha dejado creadas S.S.

Porque, Sres. Diputados, ¿cuáles son las dificultades que hoy ponen en alarma al Gobierno sino las que S.S. y su Gobierno nos habían creado? ¿La lucha religiosa? Pues la lucha religiosa nadie la renovó sino S.S. ¿La cuestión del regionalismo? Pues S.S. la despertó, y S.S. la fomentó, y S.S. nos la ha traído, y de S.S. la hemos recibido. (Muy bien, en la mayoría.) La misma cuestión social, claro es que no la ha traído S.S., porque esta cuestión viene de hace mucho tiempo preocupando a todos los Gobiernos y a todos los pueblos; pero S.S. la puso en tales términos que la empeoró, y nosotros la hemos encontrado verdaderamente excitada. De manera, que si el Gobierno pasó por dificultades, S.S. tiene la culpa, porque le ha dejado una herencia muy difícil.

Pero, aun así y todo, hay que convenir en que todas estas cuestiones que S.S. nos dejó por herencia se han suavizado, y están en bastante mejor estado que estaban cuando vinimos a ocupar el poder; porque repare S.S. que todas estas cuestiones estaban tan excitadas, que el país no podía vivir sino fuera de la Constitución, hasta el punto de que lo primero que tuvo que hacer este Gobierno fue devolver al país sus garantías constitucionales.

No ha sido, pues, S.S. justo con el Gobierno, y es tanto mayor su injusticia cuanto que no le hacía falta ninguna para su argumento. ¿Es que quiere S.S. heredar al Gobierno pronto? Pues no tenía necesidad S.S. para eso de combatir al Gobierno; porque, según S.S. mismo, para derribar al Gobierno basta y sobra con que le combata al Sr. Romero Robledo. (El Sr. Romero Robledo: Es verdad.) Y como S.S. ha dicho que el partido liberal vino a este bando sustituyendo a S.S. porque se puso de mal humor el Sr. Romero Robledo con S.S. y le atacaba rudamente, por la mismo razón yo le digo que hoy de tan mal humor o peor que entonces está el Sr. Romero Robledo, porque más terriblemente que atacaba a S.S. nos ataca ahora a nosotros.

Lo que hay es que yo no creo en esa influencia del Sr. Romero Robledo. El Sr. Romero Robledo ataca a todos los Gobiernos, porque está en su manera de ser, y porque, como anda buscando esas amalgamas, no encuentra nunca paradero. (Risas) Y como ataca a todos los Gobiernos, y los ataca haciéndoles los mismos cargos y con las mismas palabras, puedo asegurar al Sr. Silvela que lo que es para derribar Gobiernos no hacen efecto ya los discursos del señor Romero Robledo, Pero, en fin, puesto que S.S. le da tanto valor, ¿qué necesidad tiene S.S. de quebrantar al Gobierno, si a éste le está quebrantando el Sr. Romero Robledo? Por eso he dicho que S.S. hacía cargos al Gobierno inútilmente, sin necesidad.

Como yo, a pesar de lo que ha dicho el Sr. Navarro Reverter, no venía con ánimo de atacar a nadie, sino, por el contrario, con ánimo de contender en el seno de la amistad, y si S.S. se ha sentido atacado, lo siento, porque no era mi propósito atacar a S.S. ni a nadie; como ya he dicho bastante, y quizá más de lo que quería, al Sr. Silvela; como me parece haber tocado los puntos esenciales del debate, que va siendo demasiado extenso, y no quiero fatigar más la atención de los Sres. Diputados, concluyo suplicando a todos que miren por el porvenir del país, y diciéndoles que, cualesquiera que sean sus ideales políticos, tiene en la marcha de los Gobiernos de España un lugar donde desarrollar las ideas democráticas y la libertad en su expresión más legítima.

Decía el otro día el Sr. Álvarez que antes que republicano era patriota. Pues de la misma manera pienso yo, y todavía voy un poco más allá que el señor Álvarez, para que vea que aquí no estarían mal acompañados, para que vea que aquí ni él ni sus amigos estarían en mala compañía.

Y no sólo patriota antes que monárquico, sino que soy primero patriota, después liberal, y luego monárquico. (Aplausos.) Soy primero patriota, después liberal, y por último monárquico, porque entiendo que la Monarquía sostiene mejor la libertad, y defiende mejor la Patria que cualquier otra forma de gobierno; y si entendiera lo contrario, no sería monárquico, sino que sería partidario de aquella forma de gobierno que me diera este resultado: garantir la libertad y defender la Patria. (Nuevos aplausos.) Creo yo, Sr. Álvarez, y creo yo, señores demócratas, que no se quejarán SS.SS. de estas doctrinas; y si dudan de ellas, vengan aquí a ayudarme a practicarlas con toda la sinceridad de que soy capaz, con todas las energías que SS.SS. tienen, ya esas ideas serán las que proclamemos y las que realicemos bajo el reinado de D. Alfonso XIII. (Grandes y prolongados aplausos.)

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Silvela tiene la palabra.

El Sr. SILVELA (D., Francisco): Una sencilla rectificación, en los términos más estrictos de esta palabra, y en brevísimas frases también.

Yo no ha afirmado que el Sr. Romero Robledo hubiera sido causa de la crisis, sino que había sido un factor importante de ella, para cohibir el ánimo y el espíritu de S.S., infundiendo temores patrióticos, nacidos del seno de su propia conciencia, del fondo de su corazón, ante los que, sin duda alguna, modificó las que eran arraigadas convicciones de S.S.

He oído con verdadero asombro, como creo que lo habrán oído todos, que SS.SS. no tenían más cuestiones que las que nosotros habíamos suscitado, que las que constituían la herencia que habían recibido, y que entre ellas era la más principal y la más [1282] difícil la cuestión religiosa, cuando tan notorio es de todos que quien ha suscitado la cuestión religiosa ha sido el partido liberal exclusivamente (Protestas en la mayoría), tratando de mover las pasiones que creía que podían enardecer más los ánimos (Fuertes rumores - El Sr. Montilla, pronuncia algunas palabras que no se perciben claramente), forzándole la mano a S.S. los personajes de segunda fila, que fueron los que prepararon toda esa campaña y agotaron todos los conocidos recursos que están en su mano y que saben administrar hábilmente para mover las masas en las calles de Madrid, único punto donde se suscitaron esas cuestiones con verdadera importancia (Varios Sres. Diputados de la mayoría: Eso no es exacto. ¿Cuándo ni cómo?); para provocar en las calles de Madrid esa aparente complicación de la cuestión religiosa, que claro es que con el ejemplo de la capital, fácilmente podría extenderse, por ese contagio tan natural que las capitales ejercen sobre los pueblos, a otros puntos, pero que se consintieron exclusivamente en Madrid (Fuertes rumores); movidas, repito, esas pasiones, ¿por qué no decirlo, si es tan público y notorio que no revelo con ello nada que no sea del conocimiento de todos?, hasta el punto de que los mismos que se mostraban airados por pasiones anticlericales, en aquellas manifestaciones que tenían lugar a la salida de los teatros y que lastimaban y herían a los representantes de la autoridad, hacían esto con la seguridad, bien pronto confirmada por los hechos, de que aquella era una fórmula para sustituirlos en el ejercicio de sus cargos y para recibir las credenciales que el cambio de Gobierno había de traer a sus manos. Esa ha sido la cuestión religiosa. (Protestas y denegaciones en la mayoría - El Sr. Presidente agita la campanilla reclamando orden.)

Tan pronto como se realizó el cambio, pusisteis todo vuestro empeño en apaciguar aquellas pasiones imprudentemente excitadas, no ciertamente en traer solución ninguna al que llamabais problema religioso.

Yo siento que S.S. me haya provocado, quizá sin quererlo, a decir estas verdades, después de los términos prudentísimos en que yo había realizado este ligero análisis de su política; pero acostumbro a responder según se me ataca, y la exposición de la verdad no podía quedar oscurecida ante un cargo tan injusto como el que me ha dirigido S.S. (Muy bien, en la minoría conservadora.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Siento que el Sr. Silvela haya empequeñecido tanto una cuestión religiosa, la cuestión más peligrosa en todas partes, pero más en nuestro país, vino del programa insensato de gobierno de S.S. (Aplausos en la mayoría), en donde sin reserva ninguna proclamaba S.S. el vaticanismo. (El Sr. Silvela, D. Francisco, pide la palabra) En aquel programa se arrojaban al pueblo español dos incentivos tremendos, el regionalismo y la cuestión religiosa.

Pero, ¿es que cree S.S. que el movimiento antijesuita que se vio en toda España lo podrían producir dos o tres que esperaban credenciales de vigilantes? (Un Sr. Diputado: O de Ministros - Risas.) ¿Es que tenía nada que ver lo que pasaba en Madrid con lo que había pasado en Castellón, en Santander y en otra porción de puntos con aquellas famosas placas y aquellos disturbios que produjo el quitarlas y el volverlas a poner?

No; cuando no hay gérmenes para cosas tan extraordinarias, no basta que quieran los organizadores que supone S.S. que existían; para ciertas manifestaciones es necesario que el campo está bien preparado, es necesario que la simiente está bien arrojada para que fructifique, y eso es lo que S.S. hizo: preparar el campo y arrojar la semilla; lo demás es consecuencia de una política peligrosa y perturbadora. (Muy bien, muy bien.)



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